¿Por Quién Doblan Las Campanas? - Хемингуэй Эрнест Миллер
- Para morir allí. Mira al sol. El día es largo.
El cielo aparecía límpido, sin una nube, y el sol les calentaba ya la espalda. Había grandes masas nítidas de nieve sobre la ladera sur, por encima de ellos, y toda la nieve de los pinos había caído. Más abajo, un ligero vapor se elevaba a los rayos tibios del sol de las rocas, húmedas de nieve derretida.
- Hay que aguantarse -resolvió Robert Jordan-. Son cosas que suceden en la guerra.
- Pero ¿no se puede hacer nada? ¿De veras? -Primitivo le miraba fijamente y Robert Jordan vio que tenía confianza en él-. ¿No podrías enviarme con otro y con la ametralladora pequeña?
- No serviría de nada -contestó Robert Jordan.
En ese momento le pareció ver algo que había estado aguardando, pero no era más que un halcón, que se dejaba mecer en el viento y que remontó luego el vuelo por encima de la línea más alejada del bosque de pinos.
- No serviría de nada aunque fuéramos todos.
El tiroteo redobló en intensidad, puntuado por el estallido plúmbeo de las bombas.
- Me c… en ellos -dijo Primitivo con una especie de fervor dentro de su grosería, con los ojos llenos de lágrimas y las mejillas temblorosas-. Por Dios y por la Virgen, me c… en esos cobardes, y en la leche de su madre.
- Cálmate -dijo Robert Jordan-. Vas a pelearte con ellos antes de lo que te figuras. Mira, aquí está Pilar.
Pilar subía hacia ellos apoyándose en las rocas con dificultad.
Agustín continuó blasfemando:
- Puercos. Dios y la Virgen, me c… en ellos -cada vez que el viento llevaba una andanada de tiros.
Robert Jordan se escurrió de la roca en donde estaba para ayudar a Pilar.
- ¿Qué tal, mujer? -preguntó sujetándola por las muñecas, para ayudarla a trasponer el último peñasco.
- Tus prismáticos -dijo ella, quitándose la correa de encima de los hombros-. Así que le ha tocado al Sordo.
- Así es.
- ¡Pobre! -dijo ella compasivamente-. ¡Pobre Sordo!
Respiraba entrecortadamente a causa de la ascensión; cogió la mano de Robert Jordan y la apretó con fuerza entre las suyas, sin dejar de mirar a lo lejos.
- ¿Cómo va la cosa? ¿Qué crees?
- Mal, muy mal.
- Está j…
- Creo que sí.
- ¡Pobre! -dijo ella-. Por culpa de los caballos, ¿no?
- Probablemente.
- ¡Pobre! -exclamó Pilar. Luego añadió-: Rafael me ha contado montones de puñeterías sobre los movimientos de la caballería. ¿Qué fue lo que pasó?
- Una patrulla y un destacamento.
- ¿Hasta dónde llegaron?
Robert Jordan señaló el lugar en donde se había detenido la patrulla y el refugio de la ametralladora. Desde el lugar en que estaban podían ver una bota de Agustín que asomaba por debajo del refugio de ramas.
- El gitano me ha contado que llegaron tan cerca de vosotros, que el cañón de la ametralladora tocaba el pecho del caballo del jefe -cortó Pilar-. ¡Qué gitanos! Tus prismáticos estaban en la cueva.
- ¿Has recogido todas las cosas?
- Todo lo que se puede llevar. ¿Hay noticias de Pablo?
- Les llevaba cuarenta minutos de ventaja. Le iban siguiendo las huellas.
Pilar sonrió y le soltó la mano.
- No le encontrarán nunca. Lo malo es el Sordo. ¿No se puede hacer nada?
- Nada.
- ¡Pobre! -exclamó ella-. Quería mucho al Sordo. ¿Estás seguro, seguro de que está j…?
- Sí, he visto mucha caballería.
- ¿Más de la que vino por aquí?
- Un destacamento más que subía allá arriba.
- Escucha -dijo Pilar-. ¡Pobre, pobre Sordo!
Escucharon el tiroteo.
- Primitivo quería ir -dijo Robert Jordan.
- ¿Estás loco? -preguntó Pilar al hombre de la cara aplastada-. ¿Qué clase de locos estamos criando por aquí?
- Querría ir a ayudarles.
- ¡Qué va! Otro romántico. ¿No te parece que vas a morir lo bastante aprisa sin necesidad de hacer viajes inútiles?
Robert Jordan la miró, observó su cara, ancha y morena, con los pómulos altos, como los de los indios, los ojos oscuros, muy separados, y la boca burlona, con el labio inferior grueso y amargo.
- Pórtate como un hombre -le dijo a Primitivo-. Como una persona mayor. Piensa en tus cabellos grises.
- No te burles de mí -dijo Primitivo hoscamente-. Por poco corazón y poca imaginación que uno tenga…
- Hay que aprender a hacerlos callar -dijo Pilar-. Ya morirás pronto con nosotros, hombre; no hay necesidad de ir a buscar complicaciones con los forasteros. En cuanto a la imaginación, el gitano la tiene para todos. Vaya un puñetero romance que me ha contado.
- Si hubieras visto lo que pasó no hablarías de romance -dijo Primitivo-. Nos hemos escapado por un pelo.
- ¡Qué va! -siguió Pilar-. Algunos jinetes llegaron hasta aquí y luego se fueron y vosotros os habéis creído unos héroes. A eso hemos llegado, a fuerza de no hacer nada.
- ¿Y eso del Sordo no es grave? -preguntó Primitivo con desprecio.
Sufría visiblemente cada vez que el viento le llevaba el ruido del tiroteo, y hubiera querido ir allí o al menos que Pilar se callara y le dejase en paz.
- ¿Total, qué? -dijo Pilar-. Le ha llegado, así es que no pierdas tus c… por la desdicha de los otros.
. Vete a la mierda -dijo Primitivo-; hay mujeres de una estupidez y una brutalidad insoportables.
.-Es para hacer juego con los hombres de pocos c… -replicó Pilar-. Si no hay nada que ver, me iré.
En aquellos momentos, Robert Jordan oyó el rumor de un avión que volaba a gran altura. Levantó la cabeza. Parecía el mismo aparato de observación que había visto a primera hora de la mañana. Volvía de las líneas y se iba hacia la altiplanicie en que el Sordo estaba siendo atacado.
- Ahí está el pájaro de mal agüero -dijo Pilar -. ¿Podrá ver lo que pasa aquí abajo?
- Seguramente -dijo Robert Jordan-. Si no están ciegos.
Vieron al avión deslizarse a gran altura, plateado y tranquilo, a la luz del sol. Venía de la izquierda y podían verse los discos de luz que dibujaban las hélices.
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